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5 de abril de 2005

Durante unos días he estado viviendo un hermoso sueño. En un país -lejano en la imaginación y tan cercano en la realidad- he disfrutado y olido la esencia de los sueños. Me embelesó Marruecos, su belleza tanto física como inmaterial, y sobre todo su gente. Y queda un mucho descubrir, como el tópico de la punta del iceberg, la mayor parte está aun por descubrir, pues solo he visitado el extremo norte, su puerta.

Pero ese sueño comenzó a ser meses antes, quizá naciera en Sevilla, quizá se gestará una mañana de Beltane o quizá se intuyó mucho antes, una fría noche de diciembre. Tánger nos brindó la oportunidad de pisar ese sueño, caminar por él, pero tristemente, caminábamos por ese sueño nuestro, separados.

Mi relación se ha deteriorado mucho desde esos días. Un detalle desafortunado por mi parte, rodeado de malos entendidos ha fisurado el contacto entre Juan y yo. El dolor y la decepción, la ofensa y el cansancio, ahora le han tocado a él, y tengo tanto miedo de perderle, mucho miedo.

Ahora que comenzaba a sentir yo todo este amor en su plenitud, Juan ha iniciado una crisis que muestra el mortecino tililar de una llama que se extingue. ¿Realmente estará muriendo su amor? ¿Realmente se estará desvaneciendo un espejismo en cuanto el también se ha asegurado mi afecto?

Pero... algo me dice que Juan no es eso. Juan no es así. Mi niño, a pesar de sus faltas, de sus celos neuróticos y paranoias agudas, me ama realmente, lo se y lo siento. He sido yo, con mi egoismo, mi distancia quien lo ha ido minando poco a poco y ha provocado un dramático derrumbamiento de sueños, esperanzas y sentimientos. Pero si estos son buenos, si son puros y reales, resurgirán, mucho mas fuertes y brillantes. Tan sólo debo darle su tiempo, ese que se merece.

Porque yo también he tenido altibajos, he sentido a menudo que no sentía nada. A veces venía motivado por alguna acción suya, a veces simplemente era mi vacío el que se proyectaba. Y él los ha resistido estoicamente, y no por ello incólume, nunca insensible, porque lo sentía, y sé cuánto daño le he hecho. Ahora debo ser yo quien presencie su altibajo, o su bajada. Y debo mostrarme con su misma fuerza, no flaquear, no presionar y no reprochar, por muy dolido, resentido, decepcionado o desatendido que me sienta, evitar caer en la envenenada tentación del reproche vengativo, de devolver el daño con frases cargadas de icor ponzoñoso.

Claro que, precisamente todo esto se ha tenido que producir en las visperas de mi cumpleaños... y ese niño egoísta que sigo siendo quiere su juguete favorito el día de su cumpleaños, si justo ese que al que a menudo ha prestado tan poca atención. Realmente el enfado estriba ahí. El Ogro quería exhibirlo como a un trofeo, aunque fuera tan solo en una fiesta privada suya y mía, aunque sólo fuera en la intimidad, quería exhibirlo ante todos mis otros yós. Privado de su regalo maravilloso, el Ogro patalea las flores de su propio jardín, como si por estar él junto a ellas las hiciera culpables de su rabia.

Cómo podría resarcir este daño causado. ¿cómo podría devolvernos el sueño tangerino que vivimos desde muchos meses antes de pisar África juntos, y que allí no pudimos vivir plenamente? Debo ir a por él? Encontrármelo a medio camino? Pasar la noche de mi idolatrado cumpleaños a bordo de un bus incómodo y pestilente sólo por verle? Debo moverme por él? Regalarme yo a toda costa eso que tanto adoro? Demostrarle que yo también puedo estar loco por él y que mi locura puede traer algo mejor que resentimiento y ponzoña? Quizá si.
Le amo.