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20 de enero de 2005

El amor no sabe de costumbres, pero si de vicios, y de alguna manera, el cauce por el que mis sentimientos fluyen ha estado, por demasiado tiempo, de broza y lodo embozado.
Sé bien lo que mi niño siente, porque le delatan sus ojos de cachorrillo asustado, aunque se disfrace de chulo de barrio. Pero no se como lucen los míos cuando le miro... Las palabras tardan en hilvanarse para dar forma a lo que sentimos, pero existen y se resumen en una de cuatro letras. ¡Cuánto nos asusta revelar sentimientos, pensamientos, inquietudes! Buscar las palabras y, sobretodo, pronunciarlas.
Pero atrás nos queda el tiempo miserable en el que teníamos que ocultar el rostro de nuestro corazón a quién amábamos para no devolvernos más que reflejos fantasmales. Las heridas nos han obligado a usar una máscara de nosotros mismosque las disimula y borra, pero que sólo es un pálido reflejo de lo que realmente somos, o una caricatura burlesca y falsa de un rostro imperturbable.
Sin embargo, el miedo a revelar nuestra propia imagen, el miedo a que sus cicatrices sean visibles o nos desprecien por ellas, el miedo a ser heridos de nuevo...el miedo, el miedo, el miedo... siempre el miedo... el miedo nos hace adictos a nuestras máscaras. Pero sin ellas, solo somos dos personas que se aman.


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